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Triste realidad soportan los “paseros”

En pleno siglo XXI, palabras como globalización y desarrollo tienen un uso frecuente. Claro estos dos vocablos tienen un significado inclusivo para unos, pero es cada vez más excluyente para sectores menos favorecidos.

No hace falta viajar hacia lugares remotos a fin de visualizar una situación de desigualdad. A tan solo 300 kilómetros de San Salvador de Jujuy en la frontera entre La Quiaca y Villazón (Bolivia) puede vivenciarse a flor de piel la extrema pobreza con la cual conviven ciudadanos de ambos lados de la frontera.

Triste realidad soportan los “paseros”

En pleno casco céntrico de esta localidad hay un movimiento económico calculado en millones de pesos diarios. Puede suponerse entonces que el lugar es un espacio público embellecido por los negocios o quizás algún atractivo. La realidad marca otra cosa. Temprano y a toda hora camiones de gran porte circulan por las estrechas calles, a fin de descargar todo tipo de mercadería desde pañales, bebidas, lácteos y todo lo que el ser humano puede consumir o vender en el mercado boliviano.

Es entonces cuando intervienen estibadores y “paseros” tanto de Argentina y Bolivia. “El trabajo honra”, dice un antiguo dicho popular. Sin embargo la actividad representa una de las peores formas de trabajo, tanto para mujeres, hombres, adolescentes y hasta hace poco niños, por las condiciones en que se lleva a cabo, dañando la salud principalmente.

La calle Árabe Siria se transforma en un incesante ir y venir de personas, que harán lo que sea para poder ganarse unos pesos y llevar la comida del día al hogar, algunos sobre sus espaldas, otros en carritos bastantes dañados por el sobrepeso. Como hormigas transportan todo tipo de productos hacia el viejo puente del ex Ferrocarril Belgrano. El lugar se transformó en improvisado sitio de almacenamiento.

Tanto argentinos como bolivianos muy pobres cruzan diariamente esta frontera, llevando consigo mercancías diversas, desde nuestro país hacia lado boliviano.

Cruzando el estrecho puente ferroviario les esperan nuevos "jefes" con camionetas o camiones, para cargar las mercancías que son repartidas en grandes depósitos de Villazón y luego llevadas hacia otros lugares del país altiplánico. Se les paga en función del peso de la carga que lograron cruzar; si la misma sufrió algún percance, de sus empobrecidos bolsillos deben reponerla. Después de haber descargado en el lado boliviano, corren para volver a cargar en La Quiaca. Para no perder tiempo hay personas que se encargan de distribuir la mercadería y son quienes contratan a los "esclavos modernos". Es muy común ver a los "patrones" caminando plácidamente mientras, otros cargan sobre sus espaldas un peso superior a sus fuerzas.

En definitiva ganan muy poco (cerca de 50 pesos por descargar un equipo de mercadería, y 18 a 20 pesos por transportar al lado boliviano), trabajan muchas horas bajo el sol, carecen de servicios sociales y dependen de las condiciones que les imponen comerciantes e intermediarios para poder trabajar, en un mundo globalizado manejado por mercaderes de la pobreza. (Luis Beltrán).

Vía: El Tribuno

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